El fin de
una etapa es algo que solo reconocemos pasados los meses o los años, y en el
racconto de las eventualidades nos damos cuenta qué fue lo que dio punto final
a un momento para dar inicio a otro tiempo, otra era de nuestra vida. Si en
este segundo vivo un cambio o algo terminó no lo sabré hasta que la mente en
frío tenga su análisis, ese que se da en largas charlas con amigos en asados y excusas de fernet, viajando
hacia cualquier lugar, en un cigarrillo solitario recordando al perro que ya no
está o en las fotos de la secundaria que encontramos en una carpeta
escondida en nuestra computadora
Muchos
tenemos el vicio de querer determinar si estamos en un buen momento o no, y
esto es tan subjetivo como una obra de arte. Muchos eruditos de la filosofía
posmoderna nos dirán que es inútil pensar en estas cosas y que debemos vivir el
presente al máximo. Pero puedo refutar esta teorización vaga y profundizar en
que no hay nada mejor que analizar nuestro presente y como se fue construyendo
para poder valorarlo. Reconocer el todo, releer el libro, las páginas a
escribir son una incógnita pero no es lo mismo si conocemos bien al personaje,
porque sabremos sus miedos, errores, sus amores truncos, sus pasiones más
oscuras y aquellas que lo trascienden fuera de si mismo.
El ejemplo
es superfluo pero no casual: para disfrutar un asado hacen falta muchos otros,
en que nos faltó plata, calculamos mal la leña, compramos carne de mala calidad
y nos olvidamos el vino. Al otro asado sabremos hacer todas estas cosas y
desearemos otras nuevas. No faltará el conservador que no quiera arriesgar y
compre siempre un vacío, como no faltará aquel que arriesgue un pollo o nos
invite a probar un costillar que no tenemos idea como se hace pero ya estamos
en la cancha, y una vez adentro, hay que jugar.