domingo, 10 de marzo de 2013

Pensamientos de un querubín de 25



El fin de una etapa es algo que solo reconocemos pasados los meses o los años, y en el racconto de las eventualidades nos damos cuenta qué fue lo que dio punto final a un momento para dar inicio a otro tiempo, otra era de nuestra vida. Si en este segundo vivo un cambio o algo terminó no lo sabré hasta que la mente en frío tenga su análisis, ese que se da en largas charlas con amigos en asados y excusas de fernet, viajando hacia cualquier lugar, en un cigarrillo solitario recordando al perro que ya no está o en las fotos de la secundaria que encontramos en una carpeta escondida en nuestra computadora
Muchos tenemos el vicio de querer determinar si estamos en un buen momento o no, y esto es tan subjetivo como una obra de arte. Muchos eruditos de la filosofía posmoderna nos dirán que es inútil pensar en estas cosas y que debemos vivir el presente al máximo. Pero puedo refutar esta teorización vaga y profundizar en que no hay nada mejor que analizar nuestro presente y como se fue construyendo para poder valorarlo. Reconocer el todo, releer el libro, las páginas a escribir son una incógnita pero no es lo mismo si conocemos bien al personaje, porque sabremos sus miedos, errores, sus amores truncos, sus pasiones más oscuras y aquellas que lo trascienden fuera de si mismo.
El ejemplo es superfluo pero no casual: para disfrutar un asado hacen falta muchos otros, en que nos faltó plata, calculamos mal la leña, compramos carne de mala calidad y nos olvidamos el vino. Al otro asado sabremos hacer todas estas cosas y desearemos otras nuevas. No faltará el conservador que no quiera arriesgar y compre siempre un vacío, como no faltará aquel que arriesgue un pollo o nos invite a probar un costillar que no tenemos idea como se hace pero ya estamos en la cancha, y una vez adentro, hay que jugar.

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