viernes, 26 de abril de 2013

Un lugar donde vivo: Argentina

Plaza de Yapeyú


Argentina es un lugar. Está en el sur y vivo ahí, junto a otros tantos argentinos y no argentinos que habitan su suelo. Para nuestra constitución cualquier ciudadano del mundo puede vivir acá, y el que lo decida argentino será. No es una ecuación sorpresiva, el argentino “promedio” es una persona abierta al diálogo, que se preocupa por cuestiones esenciales de lo cotidiano. No se deja llevar tanto por el mal humor y se adapta a toda la coyuntura internacional y nacional impuesta por el sistema. Argentino es aquel que te cuenta un chiste en medio de una catástrofe, hace humor de la muerte porque dicen que reír es sano, y para reír hay que estar vivo. Ríe, porque si, a veces sin saberlo, sin pensar en qué y por qué, pero sigue.

Tan sabios son sus habitantes que saben que las crisis económicas y sociales siempre vuelven. Porque a pesar de que en ciertas literaturas juran a este pueblo como estático, el argentino se mueve: en sus lugares, en su barrio, en las calles, en las aulas, en una cancha jugando al fútbol, viendo fútbol. A veces es un nacionalista a ultranza, a veces es un exterminador de sus propios valores y amaría una bandera ajena en su corazón.

El hombre es dual, el argentino es su fiel ejemplo. Un mar de contradicciones nos conforman en lo que somos. Pasan los años y se  mezclan las ideas, los sentimientos. Muchos juran que el orden se consigue con restricciones a las libertades, otros insisten en que todo debe ser un libre albedrío. Y esos que quieren restringir se quejan si les restringen, y aquellos que buscan una libertad sin límites temen a la libertad de los otros.

Pero esa guerra dialéctica cultural que guardamos todos sus habitantes, es nuestra arma, nos identifica y nos sostiene. Un uruguayo me dijo bajo un pinar en una de sus playas: “nosotros admiramos de ustedes esa capacidad para saltear todas las crisis. Eso los hace ricos”. Nuestra síntesis se acerca, pero para tan amplio concepto vidas deberán pasar, mientras nos imaginamos para siempre dónde nacimos, porque a pesar de todo, aunque nos coloquen el plomo en la sien no abandonaremos nuestro hogar. 

El amor es irracional y perfecto cuando el objeto es más grande que uno mismo.

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